jueves, 19 de noviembre de 2009

ALFRED JARRY




“El ser humano, por miedo a la nada, aspira a ella”

Situémonos en París, en la década del 20. Más precisamente, puertas adentro de la mansión en la que tiene lugar la exclusiva fiesta que da Marcueil para la alta sociedad, mientras la conversación fluye entre digresiones extravagantes, a un ritmo ciertamente vertiginoso. La conversación decanta una y otra vez en el sexo, de manera casi obsesiva. Desde allí, nos enteramos de diferentes personalidades entre las que se destaca el, así llamado, Indio de Teofrasto, cuyas habilidades y destrezas sexuales despiertan la admiración, el deseo y la envidia de los presentes.

Por cierto, sería bueno saber que el pasado de Marcueil está signado por una educación católica acérrima, una madre sobreprotectora y un temor morboso a la exhibición de sus partes íntimas.

Luego de que hubo pasado la fiesta, Marcueil insiste con reunirse junto a Sider (militar) y Bathybius (doctor), para continuar polemizando respecto a determinados detalles técnicos de diversos asuntos iniciados en la víspera, cuyo hilo argumental está atravesado por la posibilidad y el alcance del goce sexual extremo. La polémica oscila entre el rigor científico y la más pura cháchara. Al fin el alcohol les alcanza y Marcueil y Sider acaban en un zoológico, con intenciones vandálicas poco discernibles.

William Elson (otra de las personalidades que frecuenta Marcueil) es un científico que alcanzó cierta fama tras inventar el “perpetual motion food”, una droga vigorizante de dudosa moral.
En una ocasión, para probar la eficacia de su invento, reunió a un grupo de hombres que compitió contra una locomotora, en una carrera de 10.000 millas.
De hecho, el episodio en cuestión es relatado por Ted Oxborrow, protagonista activo de dicha experiencia y sus observaciones resultan una insólita mezcla de delirio y erudición.

Ellen Elson, la hija de William Elson, es una niña mimada de la alta sociedad, que en un rapto de locura se toma el atrevimiento de ir personalmente a la casa de Marcueil, pues ha quedado fascinada con la historia del Indio de Teofrasto, cuyas hazañas sexuales alimentan su morbo a niveles inadmisibles. La verdad es que Ellen Elson fantasea con la posibilidad de ser desvirgada por el Indio.

Entre tanto, Marcueil realiza una nueva reunión en su casa, para poder ejemplificar algunos detalles que han estado discutiendo. Para poder llevar a buen puerto sus intenciones, contrata el servicio de las siete mejores putas de París. Los invitados son tratados con la diplomacia que bien podría caracterizar a un congreso de medicina.

Las putas deberán aguardar en una habitación cerrada mientras los invitados dan debida cuenta de un banquete. La espera de las putas, en aquella habitación atiborrada de buen gusto y sofisticadas obras de arte, despierta en ellas una sucesión de emociones que atraviesan el tedio, la excitación sexual y la exasperación y que acaban en una voluntad irreprimible de escaparse, luego de que la espera se prolongue más allá de todo tiempo verosímil.

Aunque todo parezca salirse de control, también puede entenderse como parte del experimento que Bathybius se toma la molestia de registrar minuciosamente en su libreta. Entre sus anotaciones personales, podemos leer conclusiones metafísicas y místicas que, de buenas a primeras, no parecen provenir de ninguna observación directa pero que, sin embargo, podrían provenir de ellas.

Una mujer enmascarada será la víctima voluntaria del Indio. La experiencia se cristalizará en una odisea orgásmica mística donde la dimensión de la realidad quedará totalmente trastornada.
En el paroxismo del orgasmo, la confusión, el shock, la pérdida de la razón, la aproximación a la muerte.
El Indio, trastornado en todas sus emociones, se dedica a escribir versos surgidos de la más pura pasión descontrolada. Filosofía y romanticismo. Poesías que se desgranan.

Ay. ¿Qué quieren que les diga?

Posmodernidad atravesada por el hedonismo clasista. Inteligencias que se extravían tras el trastorno de las sensaciones. La alegría y el júbilo colapsando y degenerando en la dinámica característica del libertinaje cosmológico.
Pulverización de la conciencia absorbida por el misticismo ontológico de las fiestas. Resplandores que enceguecen. Fox trot, alcohol y anfetaminas.
Luego, la prestación de recursos desesperados como en una plegaria deforme, una necesidad de reivindicación de última hora: la intención de traducir en símbolos la vorágine de lo inexpresable. El surrealismo o la verborragia estimulada por el fastidio.

Patafísica. Rock and Roll.

TODAVIA QUEDAN EJEMPLARES !!!! APROVECHALOS !!!!

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